Esclerosis múltiple: ¿cuáles son los síntomas y los tratamientos disponibles?

Esclerosis múltiple: ¿cuáles son los síntomas y los tratamientos disponibles?

Fecha de publicación: 01-08-2023

Actualizado en: 01-08-2023

Asunto: Neurología

Tiempo estimado de lectura: 1 min

La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad inflamatoria, desmielinizante y neurodegenerativa del sistema nervioso central, constituido por el cerebro y la médula espinal, que se manifiesta con síntomas de diversa índole, a una edad temprana, pero también más avanzada. Es una enfermedad crónica, de la que no existe cura, pero para la que se han desarrollado tratamientos eficaces que disminuyen la frecuencia y gravedad de los ataques, frenando su progresión.

¿Qué es, cuándo se produce, con qué síntomas y qué tratamientos existen hoy en día? Se lo preguntamos al Prof. Massimo Filippi, director de la Unidad de Neurología, el Servicio de Neurofisiología y la Unidad de Neurorrehabilitación del Hospital IRCCS San Raffaele.

¿Qué es la esclerosis múltiple?

La EM está causada por un funcionamiento anormal del sistema inmunitario que, en lugar de activarse contra agentes externos, ataca la mielina, la sustancia que recubre y protege las fibras nerviosas y contribuye a garantizar una transmisión eficaz de los estímulos nerviosos por todo el organismo.

Como consecuencia del ataque del sistema inmunitario, se produce un daño tisular, que puede ir seguido de la aparición de diversos síntomas, dependiendo del lugar donde se haya producido el episodio. El componente inflamatorio puede "reabsorberse", y se desarrollan procesos de remielinización y compensación, pero en ese lugar quedan cicatrices, las llamadas placas.

¿En qué edad se manifiesta?

Normalmente, la enfermedad se manifiesta por primera vez en la juventud, entre los 20 y los 40 años, pero no es infrecuente que pueda tener una aparición tardía, después de los 50 años. Además, en aproximadamente el 5% de los casos la enfermedad puede aparecer durante la infancia. El número de mujeres afectadas es casi tres veces superior al de hombres.

Síntomas

Los síntomas dependen del lugar donde se desarrollen las lesiones, por lo que son muy variables. Los más frecuentes son: 

  • trastornos visuales;
  • alteraciones de la fuerza y/o de la sensibilidad;
  • fatiga. 

El paciente, por tanto, puede experimentar manifestaciones como:

  • división de la visión;
  • disminución repentina de la visión;
  • alteración de los movimientos oculares;
  • hormigueo;
  • entumecimiento de las extremidades;
  • falta de sensibilidad;
  • dificultad para percibir el calor y el frío;
  • pérdida de fuerza muscular;
  • cansancio;
  • fatiga;
  • alteración del equilibrio. 

También son frecuentes los problemas de la esfera genitourinaria, como la dificultad para retener la orina y/o las heces y los trastornos sexuales.

¿Cómo se realiza el diagnóstico?

El diagnóstico de la EM lo realiza el neurólogo tras una cuidadosa evaluación, que no puede separarse de una minuciosa recogida anamnésica, es decir, una entrevista en profundidad con el paciente, con el objetivo de conocer sus síntomas y su historial clínico. A continuación, se realiza una exploración neurológica completa.

Desde el punto de vista de los exámenes instrumentales, la evaluación fundamental es la resonancia magnética del cerebro y la médula espinal, que permite identificar incluso lesiones subclínicas. Como complemento, pueden ser necesarios otros exámenes, como: 

  • los potenciales evocados, que miden la velocidad de conducción de los estímulos nerviosos a lo largo de las fibras nerviosas;
  • un examen del líquido cefalorraquídeo, que permite identificar posibles marcadores de inmunopatología en el sistema nervioso central.

Causas posibles

La EM es una enfermedad multifactorial, es decir, debida a la interacción entre factores genéticos y ambientales. Hasta la fecha, se han identificado más de 300 genes asociados a una mayor predisposición a desarrollar la enfermedad. En cuanto a los factores ambientales, sólo se conocen unos pocos factores contribuyentes que pueden desencadenar el mecanismo autoinmune subyacente a la enfermedad, como: 

  • infecciones víricas;
  • sobrepeso y obesidad, especialmente en la adolescencia;
  • carencia de vitamina D;
  • fumar cigarrillos;
  • vivir lejos del ecuador.

Formas existentes de la enfermedad

Según el curso y la evolución clínica, pueden distinguirse distintas formas de EM. La forma más común es la remitente-recurrente, que alterna fases de inflamación aguda y desmielinización, las llamadas recaídas, en las que se produce la aparición de nuevos trastornos o un empeoramiento de los síntomas existentes, y fases de remisión y recuperación, en las que algunas manifestaciones pueden desaparecer por completo. Con el paso de los años, esta forma puede evolucionar hacia una EM secundariamente progresiva, caracterizada por una acumulación de discapacidad progresiva y que empeora con el tiempo.

También hay otras formas que presentan un curso progresivo desde el inicio y se definen como primario progresivas. Existen factores predictivos que ayudan a orientar el pronóstico, pero lo mejor es un seguimiento cuidadoso que analice los aspectos específicos de la enfermedad en cada caso concreto.

Tratamientos disponibles

La EM es una enfermedad crónica, grave y progresiva, de la que no existe cura. Sin embargo, hoy en día disponemos de tratamientos eficaces que pueden disminuir la frecuencia y gravedad de los ataques, ralentizando la progresión de la enfermedad.

De hecho, en los últimos 20 años hemos asistido a un cambio radical en el escenario del tratamiento de la EM, y actualmente disponemos de varios fármacos para controlar la progresión de la enfermedad, y tendremos más en el futuro, ya que la investigación es muy activa en este campo.

Las moléculas disponibles pertenecen esencialmente a 2 clases: los inmunosupresores y los inmunomoduladores, que actúan, mediante diferentes mecanismos de acción, manteniendo el sistema inmunitario bajo control y dificultando así los daños que la enfermedad provoca en el sistema nervioso central. 

La elección del tratamiento implica un enfoque que garantice un tratamiento lo más personalizado posible, teniendo en cuenta las características de la enfermedad de cada paciente, así como sus necesidades y hábitos de vida. Hasta la fecha, disponemos de numerosos datos que indican que es crucial iniciar un tratamiento eficaz de forma precoz para reducir la actividad de la enfermedad y prevenir de forma significativa la acumulación de discapacidad.

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